El calor, la abundancia de fruta y verdura y la vida al aire libre son aliados de oro para perder peso en verano. ¿Por qué no aprovecharlos?
La tendencia general es hacer dieta antes del verano para llegar con unos kilitos de menos que, después, nos permitimos recuperar a base de helados, tapas, cenas abundantes… Ni nos planteamos que precisamente el verano es una época ideal para adelgazar sin darse cuenta de ello. Estos son los motivos:
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Tenemos menos hambre
Las altas temperaturas propias de esta época hacen que disminuya la sensación de hambre y que, por tanto, comemos cantidades menores y nos sacia con más facilidad. En verano no apetecen los guisos ni las preparaciones calientes, generalmente de alto contenido calórico. Además, el proceso de la digestión genera calor y, cuanto más pesado y elaborado es el plato, más tardará.
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Preferimos comidas frescas y ligeras
En verano optamos por hacer comidas frescas y ligeras que nos ofrecen una dieta variada, apetitosa y fácil de preparar. Es momento de dar protagonismo a ensaladas, macedonias, gazpachos, cremas y sopas frías, zumos y licuados vegetales… Es decir, platos nutritivos, pero también ricos en agua, frescos, ligeros, de fácil digestión y con pocas grasas. Además, resultan de lo más refrescantes y saludables, están llenos de sabor y hacen las delicias de los más sibaritas. Y en todos ellos abundan los ingredientes crudos, que tienen un mayor poder saciante.
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El mercado se llena de vegetales
El verano es temporada alta de frutas y verduras; se multiplican las variedades y todas nos deleitan con su color, aroma y sabor: sandía, melón, melocotón, ciruela, cereza, albaricoque, tomate, lechuga, pepino, zanahoria, calabacín, judía verde, berenjena, etc. Si se comen crudas, además, se digieren antes y resultan más refrescantes. Solas o combinadas entre ellas nos regalan su elevado contenido en agua, fibra y vitaminas.
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Tenemos más sed
Con el calor aumenta la sensación de sed, por eso es bueno ir bebiendo a lo largo del día (mejor poca cantidad que mucha de golpe), sin esperar a tener sed, un indicativo traidor de las necesidad hídricas del organismo, ya que cuando se produce ya se ha perdido el 1% del peso corporal en forma de agua. El agua pura es la mejor bebida. Sin embargo, al sudar, junto con el agua perdemos sales minerales que también necesitamos reponer. Por eso en verano se debería aumentar el consumo de jugos vegetales naturales, remineralizantes y ricos en vitaminas y azúcares.
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Estamos más relajados, pero activos
Durante las vacaciones, el nivel de estrés baja en picado. Las siestas, las lecturas bajo la sombra de un árbol, los atardeceres tomando el fresco en el porche o en una terraza… Todo esto hace que estemos mucho más tranquilos y comemos con más calma, disfrutando del placer de hacerlo, degustando y masticando bien los alimentos. En paralelo, en verano hacemos más vida al aire libre y, por tanto, una mayor actividad física. Esto hace que nuestra vida sea más activa que durante el invierno y nuestro gasto energético sea mayor, perdemos grasa y aumentamos masa muscular.
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El buen tiempo nos motiva
El sol, la luz, el buen tiempo y el contacto con la naturaleza ejercen una influencia muy positiva sobre nuestro estado de ánimo. Así, si estamos más optimistas aumenta nuestra motivación y sentimos que la capacidad de superar obstáculos es mayor. De esta manera nos vemos capaces de llevar a cabo nuestros propósitos y somos más receptivos a los estímulos positivos.
No renunciar al aperitivo
Si hay una comida típicamente veraniego, este es el aperitivo: en una terraza, en el jardín… Si queremos controlar la báscula no es necesario que renunciamos. Estos trucos nos ayudaran a hacerlo compatible con nuestra dieta:
- Para beber: debemos evitar las bebidas alcohólicas o los refrescos azucarados, fuente de calorías vacías, y optar por un zumo de tomate o fruta natural, un refresco light (que podemos combinar con media cerveza) o una copa de vino blanco seco.
- Redescubrir el marisco: es apetitoso y poco calórico. Podemos optar por el fresco (gambas saladas, navajas…) o en conserva (berberechos, almejas…). También podemos decantarnos por elaboraciones ligeras: mejillones al vapor, pulpo a la gallega, boquerones en escabeche, etc.
- Caprichos permitidos: el jamón ibérico, eludiendo la grasa visible y sin pan con tomate, los pepinos en vinagre o las cebollitas curtidas son deliciosos y compatibles con la dieta.
- También tenemos alternativas de aperitivos light: sorbete de gazpacho, brochetas de melón o piña con jamón o tomates cherry con queso fresco, cazoleta de champiñones salteados, pimientos, tostada de escalibada, etc.
Bonus track: Las claves para no descontrolarse
- Desayuna bien: empezar con un zumo de fruta natural nos rehidrata y nos llena de vitaminas. Cereales y lácteos son los otros elementos indispensables de un buen desayuno.
- Comer poca cantidad, pero a menudo. En lugar de tres comidas es mejor hacer cinco o seis más pequeñas.
- Beber agua durante todo el día, mejor a pequeños sorbos y no demasiado fría para evitar un contraste fuerte con la temperatura del organismo.
- Reinventar las ensaladas: son ideales como plato único fresco y completo si añadimos proteínas (atún, pollo o pavo), vegetales (lechugas, tomate, pimiento o cebolla) y farináceos (patata, pasta, arroz, lentejas, etc.).
- Prestar atención a los condimentos ricos en grasa: mayonesa, salsa rosa o de otros a base de crema de leche o nata… pueden hacer que el plato más ligero se convierta en una auténtica bomba calórica.
- Tener en cuenta las «calorías líquidas»: combinados con alcohol, zumos envasados, refrescos azucarados, etc., son energéticos y no aportan beneficios.
- Prepararse delicatesen bajas en calorías: helados a base de yogur desnatado y fruta natural, batidos ligeros, macedonias llenas de color, fresas a la pimienta, infusiones frías, etc.
- Con calma: tomar el tiempo necesario para comer con tranquilidad y disfrutar del momento.
¿Que piensas?