Fue horroroso. Hubo un día en que no podíamos salir de casa. Hace dos años, en sólo tres semanas, del 23 de marzo al 12 de abril, la COVID-19 hizo siete mil muertos en Catalunya. Desde ese pico hemos ido recuperando la normalidad. ¿Toda? No todavía. Sigue pendiente acabar con la obligación de llevar la mascarilla en interiores, lo que afecta a los gimnasios y los centros de fitness.
Es cierto, estamos en las postrimerías de esta pesadilla. Sin embargo, sigue faltando valentía. ¿De quién? El presidente de España, Pedro Sánchez, dice que la decisión es de los técnicos y los técnicos apuntan al gobierno. Y el gobierno de aquí asegura que es cosa del gobierno de allá, pero que, en un caso, primero la escuela. Y en este punto, el gobierno de allí vuelve a cerrar el círculo insistiendo con los médicos y los investigadores.
Esta situación es como un vodevil que no hace ninguna gracia: los gimnasios están abiertos, pero la actividad debe realizarse con mascarilla y eso es un desastre. Con los datos en la mano, existe un grave contra sentido. Trato de explicarlo. La gente mayor, de mediana edad para arriba, todavía no ha vuelto. Es decir, en los gimnasios faltan los/las usuarios/as que todo el mundo sabe que son los que más necesitan la actividad física.
Dicho de otro modo, alargando agónicamente el uso de la mascarilla en interiores, las autoridades de salud echan de los gimnasios a las personas que más los necesitan. ¡Qué contradicción! Los médicos son sabios y saben muy bien cómo le cuesta a una persona mayor mantener la musculatura. Y saben mejor aún que el camino para mantenerla es realizar actividad física un par de días por semana. Estos médicos también saben que esto mismo se puede aplicar a la elasticidad, que cuando se pierde cuesta mucho recuperar. O en la actividad cardiovascular, que facilita la circulación sanguínea del cerebro.
No estamos hablando de aspectos menores de la vida de una persona. Al contrario. Por eso también es tan necesaria su socialización, la capacidad de relacionarse, lo que se garantiza yendo al gimnasio. Por tanto, se mire como se mire, ahora mismo la mascarilla ya no tiene ningún sentido porque hace de espantajo y ahuyenta de los gimnasios al colectivo que más necesidad tiene de ir.
Y esa es la contradicción. Dicen que las autoridades de la salud velan por nosotros. Será verdad. Incluso ponen anuncios en la tele aconsejándonos a comer correctamente y animándonos a realizar actividad si queremos ser más longevos. Pero a la que despistes, hacen justo lo contrario: manteniendo el uso de la mascarilla en interiores, se aleja de los gimnasios al colectivo que más los necesita.
¿De qué sirve haber descubierto las bondades de los hábitos saludables, de cuidarse y de comer sin hacer animaladas, y a la vez no poder realizar actividad física –lo que, por ejemplo, significa ganar peso– sólo porque el gobierno se empeña en mantener el caray de mascarilla? ¿Por qué condenar a tantas personas mayores a descuidar su cuerpo –es decir, su bienestar– manteniendo una prohibición que hoy ya no tiene ningún sentido?
En la escuela no, y en los gimnasios, ¿sí? ¿Qué es esa arbitrariedad? Hace dos años aprendimos que los indicadores de la incidencia de la pandemia eran sagrados. Los gimnasios estuvimos cerrados ciento sesenta y cuatro días. Pusimos detectores de temperatura, nos adaptamos al pasaporte COVID. Lo hemos hecho todo. Pero ahora, observando estos mismos indicadores, debemos denunciar que hoy la COVID tiene una incidencia mínima, pequeñísima, y que, en cambio, no se actúa en consecuencia.
¿Qué esperamos? ¿Qué más debe ocurrir? La mascarilla perjudica a los gimnasios, lesiona los derechos de la gente que quiere realizar actividad física y perjudica la salud de quien más hay que cuidar. ¿Hasta cuándo jugaremos al gato y al ratón?
Las puertas de los gimnasios están abiertas. Ahora sólo falta que se imponga el sentido común: fuera mascarilla. Cada día que ocurre el error es más grave. Esperar una señal divina para enviarla a paseo es un error injustificable.
Ramon Canela
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