Con la Covid-19 hemos aprendido que la salud –la nuestra y la de todos– es un bien sagrado, un capital que se tiene que defender siempre. La salud ha dejado de ser un dolor de cabeza exclusivo de la gente mayor. Hoy el hecho de estar bueno es una prioridad compartida y socialmente aceptada.
La salud no puede ser un comodín que permita en los gobiernos aplicar medidas arbitrarias que, de rebote, compliquen lo que tendría que ser lo más fácil del mundo: hacer actividad física en un gimnasio seguro. Tenemos que evitar este contrasentido porque, precisamente, la actividad física refuerza nuestro sistema inmunitario y nos hace más fuertes a la hora de combatir la obesidad, una depresión o el virus invisible. Estas afirmaciones están probadas científicamente y los gobernantes lo tendrían que tener presente.
La solución a la Covid-19 no depende de buscar un titular llamativo anunciando medidas a lo loco. Al contrario, se trata de no complicar la vida a los que, de manera convencida, hacen salud haciendo ejercicio. Además, se tiene que conseguir que vuelvan a hacer actividad física los que ya habían practicado. Tiene que ser una prioridad.
Y esto, ¿cómo se hace? De entrada resolviendo una grandísima paradoja: justamente ahora, que la sociedad es más consciente que nunca de la necesidad de cuidarse, es cuando los gimnasios han perdido una parte de sus usuarios.
Este descenso se explica, entre otros motivos, por la vacunación todavía incompleta y por la repercusión del teletrabajo –que en la ciudad cambió los hábitos de miles de personas.
Pero hay una razón más: la economía en general. Las cosas van mal para muchas familias. Traducido en el mundo real, esto quiere decir que pagar algo más o algo menos tiene una repercusión decisiva. Un euro arriba o un euro abajo puede animar a mucha gente a hacer natación, zumba o spinning, o bien la puede tumbar, volviéndola a la casilla de salida: el sedentarismo.
Por lo tanto, sí que viene de un euro. Y de 3,30, que, para el usuario, es la diferencia del coste de ir al gimnasio con el IVA actual o con un IVA reducido si la cuota es de 40 euros. Y esto solo depende del Estado. Se tiene que encontrar una solución urgente. Esta es la clave que puede hacer que miles de ciudadanos vivan saludablemente, o que no lo puedan hacer.
¿De donde los sacamos, estos euros? Es más fácil de lo que puede parecer. El ministro Miquel Iceta y el gobierno de Pedro Sánchez tienen la oportunidad de apostar por la salud aplicando el IVA reducido a los gimnasios. Son una actividad esencial y si actúan en coherencia, ayudarán a mucha gente. De razones hay de sobra. Años antes de la Covid-19, la decisión del ministro Montoro de aplicar un IVA del 21% ya era un grandísimo despropósito. Hoy, además, es una enorme injusticia, porque priva de hacer salud a miles de personas.
Situar el IVA reducido al 10% sería acercarse a Suecia y alejarse de Grecia, de Italia y de Portugal, que tienen este impuesto disparado. Poner sentido común en el IVA abriría las puertas de nuestros gimnasios a mucha gente.
Como sociedad nos irá mucho mejor si socializamos la salud y la actividad física. Si el Estado es suficientemente vivo, es verdad, ahora dejaría de ingresar un dinero, pero lo recuperará porque a la larga el sistema de salud también notará esta rebaja del IVA. Y la notará para bien. Ahorrando, porque las personas tendrán más salud.
Ramon Canela
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